Capítulo 2.- El ejército bicolor

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Ejército bicolor

LA VERDADERA HISTORIA DE LAS CIGARRAS Y LAS HORMIGAS

El ejército bicolor

Ejercito bicolor

Cuento infantil «La verdadera historia de las cigarras y las hormigas» -El ejército bicolor, segunda parte…

Al día siguiente, tal y cómo había ordenado el general, puntuales y vestidas con ropa de deporte, las cigarras se reunieron de nuevo en la sala de reuniones que, para su sorpresa, de la noche a la mañana, se había convertido en una especie de gimnasio paramilitar repleto de artilugios.

—¡Buenos días, cigarras! Os preguntaréis, seguramente, qué son todos estos artilugios que veis, ¿verdad? No os asustéis. No son más que algunos viejos aparatos de entrenamiento que vamos a utilizar para hacer unas pocas y sencillas pruebas físicas a fin de conocer el estado de salud de cada una de vosotras.

Para ello, cigarra Cabo realizará una demostración del uso de cada pieza, así que debéis prestar atención, pues luego será vuestro turno. —Giró en redondo el general, haciendo una señal a su subordinado, que esperaba a su espalda—, ¡Cigarra Cabo, adelante!

Cigarra Cabo asintió y salió corriendo hacia el primer obstáculo, una serie de troncos apilados sobre una masa de tierra sobre los que debía  trepar y, una vez arriba, saltar al otro lado. Algo que hizo, tal y como se esperaba, sin dificultad.

En pocos segundos llegó al segundo obstáculo; un tubo horizontal tumbado en el suelo por el que debía introducirse, reptar y salir al exterior en el menor tiempo posible para llegar al siguiente; una raíz que colgaba del techo de la estancia y hacía las veces de cuerda, por la que, el cabo tuvo que trepar hasta tocar el techo con las antenas y volver a bajar.

Por último, cargó a sus espaldas un saco lleno de tierra y corrió cómo una exhalación, ante la admiración del resto de la comunidad y hasta la meta, situada en el inicio del recorrido dónde le esperaban la cigarra General y Contadora, que no tardó en cantar el tiempo:

—¡Tres minutos! ¡La cigarra Cabo lo ha hecho en tres minutos!

—Bah, demasiado tiempo…

—¡Pero, ¿quién…?!

—Tranquila, cigarra Cabo, ha sido…

—Sí, ya me imagino, cigarra Boba de nuevo, ¿verdad? —Se resigno el cabo, interrumpiendo a la cigarra Contadora.

—Te vas a enterar cigarra Boba, te vas a enterar… Ya nos veremos las caras. A ver si tienes tantas ganas de decir tonterías cuando quedes humillada en las pruebas. —Se dijo más a sí misma, que al resto.

—En fin, bromas aparte, cigarra Cabo, queda al cargo de las pruebas, ¿entendido? En cuarenta y ocho horas quiero ver el resultado del examen encima de mi mesa ¡Sin falta! El tiempo es grano.

—Por supuesto. ¡A sus órdenes mi general. —Dijo el cabo, saludando de forma marcial y dirigiéndose hacia la multitud—. ¡Atención, cigarras! ¡Comienzan las pruebas!

Dos días después, habiendo hecho un gran esfuerzo y hasta arriba de sudor, quejas y lamentos, finalizaron por fin, para alivio de las cigarras y descanso de la paciencia puesta a prueba del cabo, las pruebas físicas.

Apenas despuntaba el sol cuando éste acudió, a buena marcha y con un buen puñado de hojas repletas de datos bajo el brazo, a reunirse con el Alcalde y el General. Juntos, revisaron las listas, y

discutieron hasta ultimar los detalles de la estrategia final, lo que les llevó a convocar de nuevo a la cigarra Pregonera para que diera un nuevo aviso de reunión en la sala.

Todo estaba listo. Las cigarras, confusas, esperaban en la sala de reuniones, divididas en dos grupos perfectamente cuadrados. Se miraban las unas a las otras y miraban hacia el estrado que presidía el púlpito, desde el que los dos dirigentes de la comunidad y el cabo, aguardaban el momento oportuno para alzar la voz.

La comunidad de cigarras no tenía ni idea de qué les depararía aquella mañana, de qué habían significado aquellas pruebas, pero sí podían intuir, que aquel era un momento determinante. Y es que a partir de ese instante, las cigarras cantaoras y bailaoras, ya no serían simples cigarras. Estaban a punto de convertirse en cigarras soldado.

—¡Cigarras! ¡Firmes! —Clamó el cabo, sin previo aviso.

Las cigarras, todas a una y saliendo de sus pensamientos, se pusieron firmes mientras cigarra Cabo se dirigía al General:

—Mi  General, formadas cuatro mil trescientas diez cigarras. Sin novedad.

—Gracias, cabo. Ordene descanso.

—Cigarras, ¡descansen!

Las recién convertidas cigarras-soldado, se relajaron y pusieron relativamente cómodas, observando  con atención cómo la cigarra General se dirigía hacia el púlpito para tomar la palabra. A su lado se encontraba la cigarra Alcalde, que a esas alturas, ya carecía del protagonismo que su mando siempre le había dotado. Presentaba, además, bastante mal aspecto; su piel parecía pálida y cetrina.

—¡Cigarras-soldado! —comenzó diciendo el General—. Tras comprobar minuciosamente los resultados de las pruebas físicas y haber considerado otros asuntos, hemos llegado a varias conclusiones que nos permitirán formar dos batallones de la forma más eficiente.

Antes de venir aquí, habéis recogido en la armería unas chaquetas nominativas especiales, ¿correcto? —Prosiguió respondiéndose a sí mismo— Como veréis, algunas, a mi derecha, vestís con un parche rojo y otras, formadas a mi izquierda, con un parche negro. Esta será la forma de distinguir a los dos batallones, ¿entendido?

—¿Y yo? ¿Es que yo no tengo color? A mí no me han dado parche, ¡oiga!

—¿Quién es? ¿Quién ha dicho eso?

—Es Boba, mi general…

—A ver cigarra Boba ¡Levante la mano, que yo la vea! —Pidió el general, harto ya de las interrupciones de dicha cigarra.

Una manita tímida se alzó entre las bien formadas cigarras.

—Cabo, ¿ha hecho las pruebas esta cigarra?

—Sí, General.

—¿Y sus resultados? Desastrosos, imagino…

—Bueno, mi General, en realidad quedó la primera, pero como usted comprenderá, no podemos… no podemos…

—Sí, sí. Comprendo. —Cortó al cabo, haciendo aspavientos con las manos y dirigiéndose de nuevo a la cigarra entre cigarras—. ¡A ver, cigarra Boba! Usted se quedará aquí, al cargo del cuidado de la ciudad mientras las cigarras soldado están en la misión. Colóquese donde quiera. Elija usted el sitio que más le guste, ¿estamos?

Cigarra Boba asintió de forma enérgica y, sin dudarlo un instante, se situó al lado de las cigarras de parches negros, desde donde podía observar todo lo que acontecía sin perder detalle.

—Bien cigarras soldado. Continuemos. El plan es el siguiente: mañana, a las 23:45h, un pequeño batallón de reconocimiento saldrá para dejar señales a lo largo del camino de ruta hacia Hormitrópolis. Después, a las 00:00 horas saldrá el batallón con parche rojo. ¿Entendido?

Las cigarras asintieron.

—¡¿Entendido?!

—¡Sí, mi general! —Repitieron al unísono, corrigiendo su error de soldados principiantes.

—Bien, —comenzó a hablar el Cabo, adelantando unos pasos y desplegando un mapa del terreno sobre un atril en el que comenzó a hacer indicaciones—, cómo ya sabréis, Hormitrópolis tiene dos entradas: la principal, que es usada habitualmente por el grueso de la población de hormigas y, situada al pie del olmo, y otra, la de emergencia o escape, camuflada entre los arbustos existentes en la cara sur de este otro olmo.

Pues bien; el batallón con parche rojo, con los cuales, yo mismo caminaré, se dirigirá hacia esta segunda entrada y, a las 02:00 horas, penetrará de manera sigilosa hasta el final del túnel. Allí, el batallón se encontrará con un espacio grande, una especie de habitación existente y en este punto esperaréis hasta la llegada del batallón del parche negro. ¿Queda claro?

—¡Sí, Cabo!

—¡Batallón negro! —Pronunció el general—. Saldréis treinta minutos después del batallón rojo y seguiréis el mismo itinerario hasta llegar al pie del olmo. Allí aguardareis escondidos, cerca de la entrada principal. Al mando del batallón negro iré yo personalmente, además, nos acompañará el Alcalde. ¿Todo claro?

—¡Sí, mi cigarra General!

—Bien pues, ¡sincronicen relojes! Y sobre todo, prepárense. En dos horas, saldrá el batallón rojo.

El Alcalde suspiró de manera casi imperceptible mientras bajaba del estrado apoyándose en su bastón de mando y las cigarras se dispersaban por la sala, inquietas, mezclándose los batallones y hablando entre ellas, elevando el volumen de ruido del lugar.

El nerviosismo, las expectativas y la inquietud podían respirarse en el ambiente. De la misma forma que el general sintió un escalofrío repentino y sintió la necesidad de envolverse en su capa hasta casi desaparecer conforme salía de la sala de reuniones. Comenzaba a hacer frío, sí.

Continúa con la aventura : Capítulo 3.- Hacia la batalla

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