Capítulo 7.- El pacto

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LA VERDADERA HISTORIA DE LAS CIGARRAS Y LAS HORMIGAS

Cigarra y hormiga el pacto

Los acontecimientos se han precipitado, pero la alternativa al enfrentamiento entre cigarras y hormigas era el pacto…

El pacto

Al día siguiente, tras el aseo y desayuno matutino, las cigarras salieron de sus rocosas habitaciones al exterior, donde las hormigas ya esperaban, con indicaciones precisas de dónde debía colocarse cada grupo para recibir a los gobernantes que venían del otro lado de la ciudad.

Despejándose de la pereza propia del despertar, una a una, las cigarras fueron situándose en sus sitios, a distancias equidistantes del atril que las hormigas habían instalado en el centro de la explanada, rodeado por unas pocas sillas reservadas a los miembros del gobierno de las hormigas, además de dos sillas para el Príncipe y la cigarra Cabo, para sorpresa de éstos.

Una vez se hubieron acomodado todos, por fin, esos gobernantes de los que tanto se había hablado, hicieron acto de presencia, saliendo desde una de las cuevas y dirigiéndose directamente a la zona de las sillas y ocupando sus lugares, guiadas por la hormiga encargada del protocolo.

Y así, sin más preámbulos, una de las hormigas, la que a primera vista parecía la de más cargo, se dirigió al púlpito y, aflojándose de manera casi imperceptible el lazo del cuello, se dispuso a hacerse oír:

—Cigarras y hormigas todas, como algunas ya sabréis, soy la hormiga Presidente. Y como otras os preguntaréis, estamos hoy todas aquí reunidas para, en primer lugar, agradecerle a la cigarra Príncipe la confianza depositada en nosotras al haber accedido, junto con la comunidad de las cigarras conocidas cómo bailaoras y cantaoras, a venir hasta aquí, a Hormitrópolis.

Las hormigas presentes, aplaudieron, educadas.

—Sé, cigarra Príncipe, cigarras, —continuó el Presidente—, que vuestra intención al acudir por primera vez hasta las puertas de nuestra ciudad, era atacarnos para rescatar, o vengar quizás, al batallón que quedó atrapado en la falsa entrada a la ciudad.

También, sabemos que habéis descubierto el intercambio anual, ese que desde hace décadas llevamos ejecutando entre comunidades. Pero, Príncipe, cigarras… Es nuestra obligación el poneros al tanto del acuerdo secreto que durante tantas generaciones ha existido entre las cigarras de este lado del mundo y las hormigas habitantes de Hormitrópolis.

Las cigarras, se tensaron entonces, sobre todo el Príncipe, que se envaró sobre su asiento y endureció el rostro.

—Las cigarras —prosiguió la hormiga Presidente, mientras apoyaba las manos en el atril—, tenéis fama de vagas y de inconscientes hasta tal punto, que un tipo llamado Esopo os dedicó una fábula que no ha hecho más que aumentar vuestra mala fama si cabe.

Pero en realidad, es vuestra naturaleza la que os hace cantar  y bailar durante el verano, ¿verdad? —Las cigarras asintieron en señal de acuerdo—. En cambio, nosotras, y también debido a nuestra naturaleza, nos pasamos todo el verano trabajando fuera del hormiguero llenando las despensas para el invierno sin ningún tipo de descanso ni diversión excepto la de escuchar vuestros cantos.

Por ese motivo, entre otros, hace muchas generaciones surgió la necesidad de crear un pacto secreto del que ambas especies se beneficiaran.

Y así se decidió que, vosotras, las cigarras, taladraríais las cortezas de los árboles y nosotras recogeríamos la savia resultante para después, como ya sabéis, proceder al intercambio de los individuos de vuestra comunidad que están enfermos o débiles por esa savia ya recolectada y refinada. Al final, se trata de sacrificar a una serie de individuos de la comunidad por la perpetuidad de la misma.

Llegados a este punto, las cigarras inundaban con su desaprobación y estupor la explanada, mientras dirigían sus miradas hacia el Príncipe y el Cabo, esperando de ellos algo más que silencio.

—¡Esperen, cigarras! Por favor, permítanme continuar…

El Presidente hizo un ademán de seguir con su perorata, pero no tardó en comprobar que las cigarras no estaban en situación de escuchar nada más pues la mayoría comenzaba a alzar el volumen y en sus rostros se dibujaban el enfado y la indignación, así que decidió cambiar de estrategia.

—Está bien, está bien… Hormiga Guardián, ¡adelante!

El Guardián hizo un pequeño gesto a una de las hormigas que vigilaba la puerta de una de las cuevas, y el mismo, se introdujo en ella para dos segundos después volver a salir, pero con un montón de cigarras tras de sí, que en medio de gritos de euforia corrieron hacia donde se encontraban sus compañeras a abrazarlas.

Las cigarras que antes estaban en formación y llenas de ira, cambiaron al instante de ánimo, rompiendo filas y corriendo hacia ellas.

—Por favor —pidió con suavidad el Presidente—, entiendo su alegría, pero si fueran tan amables de acercarse y terminar de escuchar lo que pretendo contarles…

Las cigarras, más relajadas, ahora juntas y más dispuestas a atender que antes, volvieron a reunirse en torno al Presidente.

—Príncipe, cómo habéis visto, en realidad no era un intercambio de savia por las vidas de vuestras compañeras, sino un intercambio de vuestro alimento para subsistir durante el invierno, por una serie de servicios prestados a la ciudad mientras las hormigas se ocupaban de vuestra protección.

Hormitrópolis, no solo es una ciudad, un mundo dentro de otro mundo, sino que además es una forma de vida, donde todo el mundo tiene unos derechos por haber nacido aquí y pertenecer a nuestra especie. También adquieren esos derechos quienes por un motivo u otro, vienen a parar aquí.

En este mundo subterráneo existen unas normas y una forma de comportarse que todos tienen que respetar. Asimismo, todo el mundo ha de contribuir con su esfuerzo al crecimiento y al bienestar de todos los individuos que vivimos en esta sociedad, a la que también, desde hace mucho tiempo, aunque de manera secreta, contribuyen parte las cigarras en este valle. ¿Comprenden ahora? —Preguntó, sonriente y aliviado por estar llegando al final de sus explicaciones—.

Y para acabar, Príncipe, cigarras, solamente decir, que ahora que el pacto secreto de las hormigas y las cigarras ha dejado de serlo, quien quiera abandonar Hormitrópolis y volver a su ciudad, por supuesto es libre de hacerlo.

Pero antes de tomar una decisión tan importante, habrá de tener en cuenta lo siguiente; al haberse descubierto el pacto, el mismo deja de estar vigente, según las normas de nuestra Constitución, por lo cual, no habrá más intercambios en las fechas posteriores a este verano, lo que conllevará las consecuencias ya por todas conocidas.

El Príncipe respiraba con dificultad, agitado y tenso. En cambio, el resto de cigarras, estaban tan sorprendidas como maravilladas ante el sinfín de posibilidades que se abrían ante sus ojos.

Una vida de trabajo moderado, quizás, de cánticos para las hormigas, quizás, pero sobre todo, la sugerente idea de no vivir con la amenaza anual de morir de hambre y frío al llegar el invierno.

—Asimismo, quien quiera permanecer en Hormitrópolis, podrá hacerlo. —Decía el Presidente—. Pero igualmente, deberá conocer y esforzarse en aprender nuestras normas de convivencia, nuestra

Constitución, y valorar la existencia de unas normas que debéis de observar y cumplir.

A cambio, el sistema implantado velará  siempre cada uno de vosotros, para que nadie os trate de manera injusta, y en los momentos de necesidad, enfermedad y vejez, estéis totalmente cubiertos y atendidos.

En fin, amigas, no quiero alargarme más, pero sí me gustaría que sopesarais detenidamente vuestras opciones, confío en que toméis la decisión correcta… Pero mientras lo hacéis, comed y bebed con nosotras, celebrad el reencuentro.

Es hora de que os divirtáis un poco, lo merecéis después de estos días. —Terminó por fin, agasajado por los aplausos y vítores de hormigas y cigarras, que no podían ocultar su alivio al saberse libres de peligro, tras haberse sentido en tantos momentos tan cerca de la muerte.

Tan solo un personaje, funesto y ensombrecido, permanecía apartado de la algarabía, mientras el resto acudía a las mesas dispuestas que cercaban la explanada, repletas de bebida y comida.

El Príncipe permanecía sentado en la misma silla en la que había escuchado con desprecio las palabras del Presidente, pensando, ceñudo en cómo le afectaba el giro de los acontecimientos, que no sólo no le había causado alegría o alivio, sino que además había ocasionado un profundo golpe en su orgullo real, pues sentía que durante generaciones se había estado traicionando al respeto que se le debían a él y a su estirpe, pero sobre todo, a su padre.

Dolido en lo más hondo, solo pensaba en la mañana siguiente, cuando abandonaría Hormitrópolis en compañía de las cigarras camino del castillo del Rey Cigarra para contarle la traición a que había estado sometida la estirpe, al haber estado vigente un acuerdo secreto entre las hormigas de Hormitrópolis y las cigarras de la zona sur, a la cual pertenecía la comunidad de las cigarras cantaoras y bailaoras.

Y seguro, pensó la cigarra Príncipe, que a su padre no le iba a gustar nada de nada esta historia de traición.

Continúa con la aventura: Capítulo 8.- La traición

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