Capítulo 8.- La traición

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LA VERDADERA HISTORIA DE LAS CIGARRAS Y LAS HORMIGAS

Hormigas - la traición

La sombra de la traición planea sobre la comunidad de las cigarras, y el Príncipe toma un decisión, que quizás esté motivada por intereses contrarios a la comunidad…

La traición

Al día siguiente, tras el merecido descanso y la fiesta de reencuentro, la hormiga Presidente se reunió con la cigarra Príncipe para desearle toda clase de parabienes, tanto si se quedaba con ellas en Hormitrópolis como si se iba, cosa que comprendería perfectamente, en caso de que así lo decidiera, dado que su estirpe era real y sus obligaciones con el pueblo de las cigarras, mayores que las de cualquier otra.

Entre tanto, las cigarras que ya llevaban bastante tiempo allí viviendo entre hormigas, marcharon a cumplir con sus obligaciones para con la comunidad, y mientras, el resto de cigarras de parche rojo y negro, permanecieron junto a su Príncipe. Éste aprovechó entonces para comentarles sus intenciones:

—Cigarras, a pesar de la alegría que supone que vosotras y vuestras antecesoras estéis vivas, además de que el intercambio del pacto secreto no fuera en perjuicio de las vidas de nadie, no hay duda de que algo así, resulta ignominioso.

Las cigarras escuchaban entre respetuosas y sorprendidas, como si no terminaran de comprender lo que quería decir el Príncipe.

—Cigarras; un pacto a las espaldas de mi padre, el Rey, es, fue y siempre será considerado como un acto de traición. —Sentenció.

Las cigarras soltaron un grito ahogado, ahora sí, comprendiendo cada palabra y sorprendidas por el tono seco y duro que estaba empleando el Príncipe, muy lejos de aquél que empleó con ellas cuando optaron por rescatar a sus compañeras de las hormigas. Y por supuesto, nada que ver con el empleado cuando, antes de conocer su origen, ésta se comportaba de una manera tan pueril que la habían bautizado como cigarra Boba.

—Y como todo acto de traición a la corona —continuó la cigarra Príncipe—, merece un castigo. Pero cómo y cuándo tome forma ese castigo no es decisión mía, sino del Rey. Por tanto —dijo, mirando alternativamente a todas las cigarras presentes—, debemos abandonar Hormitrópolis cuanto antes para dirigirnos a palacio e informar a mi padre, no sin antes hablar con todas las cigarras que están instaladas aquí trabajando como esclavas de las hormigas. Así que, cuando acaben la jornada, procurad reunirlas a todas sin que las hormigas se enteren, para que podamos tomar una decisión. ¿De acuerdo?

El día para las cigarras, pasó entre corrillos e intrigas contadas a veces de manera exagerada hasta que al atardecer, las cigarras que habían acabado sus labores de ordeño y recogida, se dispusieron a asearse, cenar y descansar y, en ese momento fueron informadas de manera discreta  por unas pocas compañeras de la reunión que tendría lugar, por orden del Príncipe, antes del ocaso en los establos.

Las cigarras que tanto tiempo llevaban en Hormitrópolis, ya estaban integradas en la forma de vida de aquella comunidad y habiendo observado la irritación del Príncipe a las palabras de la hormiga Presidente el día anterior, acudieron a la reunión sin tenerlas todas consigo, temiéndose lo peor.

Cuando llegaron al lugar de la reunión, con la cautela exigida, la cigarra Príncipe ya les estaba esperando con signos de impaciencia:

—Cigarras, es innecesario entrar en detalles sobre todo lo acontecido, por lo que iré directamente al grano; quizá estéis agradecidas a las hormigas porque os han dejado vivir, ¡pero debéis abrir los

ojos! Cigarras, no os están utilizando más que como esclavas para hacer los trabajos duros del campo y del cuidado de los animales, ¿no es cierto?

Las cigarras se miraron entre ellas sin responder al Príncipe, precavidas.

—Pero, como Príncipe vuestro y representante máximo de la comunidad de cigarras aquí y ahora, debo decir, de manera contundente, que no puedo permitir semejante traición hacia la estirpe, hacia la corona. Traición perpetrada durante tantos años.

El Príncipe, procurando mantener la calma sobre la ira que en el fondo le dominaba, explicó de nuevo a las cigarras que anteriormente no le habían escuchado, que debían abandonar la ciudad de las Hormigas cuanto antes, con el propósito de partir hacia el reino e informar a su padre y a la corte, que decidiría sobre el castigo a imponer sobre los traidores. Mientras, las cigarras escuchaban atónitas, algunas, incluso horrorizadas.

—Así que, cigarras, si tenéis algo que decir, ahora es el momento. —Terminó el Príncipe.

—Yo sí tengo algo que decir, Príncipe… —se aventuró a decir una cigarra anciana, adelantándose para ponerse un poco más cerca.

—Adelante, habla. —Concedió él.

—Príncipe, algunas compañeras, entre las que yo misma me incluyo, llevamos viviendo muchos años aquí, gracias a ese pacto secreto de nuestros antepasados.

Y por supuesto que estamos agradecidas por ello. De otra forma, nosotras hubiésemos perecido, como también nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos… de forma ineludible. —Decía la anciana mientras el resto asentía conforme, en silencio—.

Como bien dijo la hormiga Presidente, y como todas sabemos, nuestra naturaleza nos impide trabajar durante el tiempo necesario para sobrevivir en el invierno.

Pero aquí, por unas o por otras, sí podemos hacerlo, y lo tenemos todo: trabajamos y también cantamos y bailamos, como nos dicta nuestra naturaleza, y cuando llega el invierno no perecemos de hambre porque nuestras amigas las hormigas nos ayudan y enseñan a sobrevivir.

—A cambio de la esclavitud. — Atajó el Príncipe, enojado.

—¡No! —Contestó ella. Sus esclavas no. Somos, y así nos sentimos, parte de una comunidad justa, donde cada uno ejerce en libertad.

Y no hay mejor manera para un individuo de sentirse en libertad, que sentirse útil, aportando su granito de arena, sabiendo que cuando llegue el momento –cercano ya para mí– de que no pueda valerse por sus propios medios, no será abandonado como un ser inútil y sin valor, sino que será tratado como alguien que una vez ha sido válido y necesario, digno de respeto y que ahora precisa atención y cuidados.

—Pero —replicó—, ¿Qué majaderías son estas? Tú, cigarra, ¡te debes a tu especie! No puedes renegar de la misma y adherirte a otra, a la de las hormigas en este caso. Que si bien no suelen ser nuestros enemigos naturales, nuestros mundos son distintos, opuestos incluso.

—En este mundo, Príncipe, en el mundo de Hormitrópolis, todas las especies viven juntas, cada una en su hábitat, y cada una cumpliendo su función.

Nuestra especie y la de las hormigas han sido capaces de mantener un pacto en secreto durante siglos, tan solo roto por su descubrimiento, como bien sabéis. Así que comprenda que no me parezca un pacto de traición sino uno de supervivencia, de convivencia si me apura. Y si no hubiese sido así, la comunidad de las cigarras cantaoras y bailaoras, ya no existiría.

En cambio… —Siguió la anciana con timidez—. ¿Qué ha hecho nuestro Rey para ayudarnos? ¿Qué ha hecho él por nosotras? ¡Nada! Por tanto, Príncipe, yo me quedo en la ciudad, con las hormigas, porque aquí, a pesar de no estar en mi tierra, me siento útil y protegida.

Las cigarras alrededor de la anciana cada vez asentían con más fuerza pues se sentían igual que ella, identificadas con su historia y sentimientos. En cambio, el Príncipe, que no era capaz de ver más allá de lo que aquello suponía para él y su linaje, cada vez estaba más alterado.

—¡Traición! —Gritó el Príncipe, estallando por fin—. No puedes abandonar a tu pueblo, a tu príncipe, ¡a tu rey! ¡¿Quién crees que eres?!

El Príncipe dio media vuelta y se alejó unos pasos, llevándose las manos a la cabeza, tratando de respirar y buscando calmarse.

—De todas formas, os aconsejo que lo penséis de nuevo, que lo penséis bien. Mañana a las doce me reuniré con la hormiga Presidente y le comunicaré la decisión de mi marcha. En ese momento, abandonaré Hormitrópolis con quienes quieran seguirme. Después, que os quede claro, ya no habrá vuelta atrás, cigarras. No la habrá.

El Príncipe respiró con profundidad mirándolas a todas una vez más y salió del establo a paso firme,  contando las horas que faltaban para salir por fin de allí, quedando las cigarras reunidas en pequeños grupos, cuchicheando e intentando tomar una decisión que sabían iba a ser crucial para su supervivencia futura, debiendo de elegir entre el respeto por su especie y a la corona, o su supervivencia como individuos.

Continúa con la aventura: Capítulo 9.- Epílogo

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