LA VERDADERA HISTORIA DE LAS CIGARRAS Y LAS HORMIGAS
La vuelta a casa de las cigarras
Tras una larga y silenciosa caminata, llegaron por fin las cigarras del parche negro a casa, dirigiéndose sin más preámbulos a descargar sus ojivas llenas de savia en el almacén.
Las cigarras soldado se dedicaban con esmero a reconvertir de nuevo la sala de reuniones en el almacén que siempre debió de haber sido mientras pensaban que con toda la que habían recogido, los depósitos principales se llenarían y tendrían alimento de sobra para pasar el invierno sin problemas, quizá hasta para darse algún que otro pequeño lujo en algún día especial.
Aquella era una importante maniobra pues suponía el trasiego del alimento desde la ojiva que portaba cada cigarra hasta los tanques principales, sin derramar una sola gota. Después, debían de arropar los tanques, con el objeto de elevarlos a la temperatura óptima para el licuado de la savia.
Hubiera sido de esperar que la cigarra Alcalde, o en su defecto, el General, permanecieran en la sala para supervisar la operación, pero sin embargo, ninguno de los dos lo hizo. Ambos aprovecharon la actividad de lo que quedaba de comunidad para encaminarse hacia la soledad de sus despachos, cansados y sin ganas de supervisar nada.
—Deberíamos reunir a la comunidad… Dar algunas explicaciones. —Sugirió el Alcalde, avanzando hacia su despacho sin siquiera alzar la vista hacia el General.
—Desde luego, explicar el proceso de la operación y su resultado.
—Es nuestro deber, General. La comunidad… Lo que queda de ella, —dijo corrigiéndose a sí mismo el alcalde—, se preguntará dónde están sus compañeras del parche rojo.
—No se preocupe, Alcalde. Avisaré a Pregonera y lo prepararemos todo. Usted vaya a descansar.
La cigarra Alcalde asintió apesadumbrada y continuó su camino mientras pudo escuchar la firme voz del general que, a lo lejos, llamaba a voces a la cigarra Pregonera, dispuesto a organizarlo todo para una próxima reunión.
No más de media hora después, todas las cigarras supervivientes se habían reunido, esperando la llegada del alcalde y del general. Un silencio sepulcral, apenas roto por algún cuchicheo, reinaba la estancia.
Progresivamente, el cuchicheo se fue convirtiendo en murmullo, y después, el murmullo en palabras contantes y sonantes, en inquietudes y temores compartidos. Los ánimos empezaron a caldearse y las cigarras a agitarse, pero por suerte, no tardaron en hacer acto de presencia la cigarra Alcalde y la cigarra General.
Subieron al estrado y dirigiéndose directamente al púlpito, que en tiempo record habían instalado las cigarras Contadora y Pregonera, comenzaron a hablar hacia el público con toda la autoridad de la que disponían:
—¡Comunidad de cigarras cantaoras y bailaoras! —Comenzó el Alcalde—. Cómo habíamos prometido, la subsistencia de nuestra comunidad está garantizada otro año más. Gracias a vuestro esfuerzo y trabajo de las últimas horas, los tanques de savia están repletos y protegidos del frío. Y…
—¿Y nuestras compañeras?! — Interrumpió una voz desde el fondo.
—¿Quién ha sido?
—Quién va a ser…, la cigarra Boba, Alcalde. — Le apuntó la cigarra Contadora, situada en primera fila, frente al atril.
El Alcalde puso los ojos en blanco y continuó.
—En fin. Cómo decía, los almacenes están llenos de…
—¡Alcalde! ¡Queremos saber qué ha sido de nuestras compañeras del parche rojo! Es imposible que hayan caído todas en combate. ¡Queremos saber la suerte que han corrido nuestras compañeras! —Exigió cigarra Boba.
—¡Está bien! ¡Cedo la palabra al General! —Estalló exasperado el Alcalde, que se retiró del púlpito golpeando su superficie y haciendo aspavientos.
La cigarra General, con el ceño fruncido, le cambió el sitio y le dedicó una mirada furtiva y llena de dureza a la cigarra Boba antes de dirigirse a la comunidad:
—¡Cigarras! Hoy es un día aciago, pues hemos perdido a una parte de la colonia en batalla. El batallón del parche rojo, por desgracia, no corrió la misma suerte que vosotras. Nuestras compañeras cayeron en una emboscada a las puertas de Hormitrópolis, quedando sepultadas para siempre en la entrada falsa. Creedme cuando os digo que no hay nadie que lamente más esta pérdida que yo, pero…
—¡General! —Volvió a insistir la cigarra Boba, pero ahora con un matiz distinto en la voz, más firme, más potente, autoritario quizá—. Eso no es verdad. ¡Mírelas! —Exigió desafiante mientras el restos de cigarras le abrían paso y él avanzaba así hacia el púlpito—. Mire al resto de nuestras compañeras y piense si quiere seguir mintiéndolas o si merecen la verdad. Piense, General.
Porque si usted no les cuenta lo que pasó realmente, lo haré yo personalmente; y dése prisa, pues como solemos decir, el tiempo es grano, ¿verdad?
La cigarra General palideció de pronto y su gesto se crispó, al igual que las facciones del alcalde.
—¡Pero cómo se atreve! ¿Quién se cree que es usted cigarra Boba?
—Alcalde —dijo cigarra Boba, haciendo caso omiso de sus palabras—. ¿Está usted dispuesto a decir la verdad o no?
El general y el alcalde intercambiaron explícitas miradas silenciosas, mientras un murmullo cada vez más ensordecedor invadía el lugar.
Continúa con la aventura: Capítulo 5.- El Príncipe
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