El Cuento del Hada Alegría y Pitufa

La existencia de las hadas no se cuestiona porque viven entre nosotros, aunque no seamos capaces de verlas. Hace muchos, muchos años, se dejaban ver entre los humanos e incluso estos eran ayudados por ellas cuando se buscaban cosas desaparecidas. ¿Os gustaría conocer al Hada Alegría que siempre nos acompaña?
En cambio, sí hay duda sobre la existencia de dos tipos de hadas: las hadas buenas y las hadas malas; las buenas que ayudaban a los humanos, y las malas o traviesas que se decía, eran las que ocultaban las cosas como parte de sus travesuras. Pero en realidad, tan solo existe un tipo de hadas, las buenas, que aunque no las veamos físicamente ni podamos disfrutar de su belleza y vuelo grácil, a veces se acercan a nosotros para transmitirnos su alegría cuando estamos tristes, y en otras ocasiones, para hacernos reír con sus travesuras. O
¿Quién creéis que son quienes nos esconden las cosas, o nos derraman la leche, o nos pintan el bigote al beber el chocolate? Pues las hadas.
Para haceros comprender voy a contaros la historia de una niña llamada Pitufa, que siempre estuvo acompañada por la alegría, porque el hada que siempre la acompañaba era un hada buena.
Pero un día, Pitufa empezó a ponerse triste y sentirse muy desgraciada, porque pensaba que el hada buena, el hada Alegría la había abandonado, y quien la acompañaba ahora era un hada traviesa que la hacía de rabiar con sus travesuras en forma de tristeza.
El hada Alegría se desesperaba, porque trataba de hacer reír a Pitufa,. Pero como ésta estaba triste y no podía ver al hada Alegría, su tristeza era cada vez mayor, lo mismo que la preocupación del hada Alegría.
Tan grande era la preocupación, que el hada Alegría se dirigió volando a través del bosque hasta el Castillo de las Hadas, donde vivía la reina de las hadas rodeada de todo su séquito.
El castillo estaba hecho de cristal y de flores, y por el jardín donde crecían las campanillas cruzaba un río de aguas cristalinas, donde todas las hadas se bañaban al sol y cantaban dulces y melodiosas canciones.
La alegría se reflejaba en todos los rostros de las hadas, y estaban tan entretenidas entre cánticos, risas y travesuras salidas de sus varitas mágicas de cristal ,en cuya punta se posaba una reluciente estrella, que casi no se dan cuenta de la llegada de su hermana el Hada Alegría que venía con cara triste.
-¿Qué haces aquí, Alegría, pasa algo? ¿Por qué tienes esa cara tan triste?- preguntaron a coro las hadas que minutos antes se estaban bañando y ahora estaban sentadas al sol cantando.

-He de ver a nuestra Hada Reina, porque Pitufa, la niña alegre con la que tanto me divertía, poco apoco se ha vuelto triste y no encuentro la forma de hacerla reír , y que vuelva la alegría a su cara tan bonita.
-¡Pues vamos a ver a nuestra reina! Nosotras te acompañamos por si necesitas nuestra ayuda- dijeron casi al unísono las hadas-.
Así, que alzando el vuelo con sus brillantes y delicadas alas, se dirigieron a los aposentos donde se encontraba el Hada Reina que ya las estaba esperando. Porque el Hada Reina sabe todo sobre sus hijas, y sobre todo, cuando alguna de ellas está triste.
-Hola Hada Reina- saludó el Hada Alegría dirigiéndose a su lado. He venido a verte porque la niña que me has encomendado para ser su hada madrina, Pitufa, ha perdido la alegría y está sumida en una profunda tristeza, y por más que lo intento, no consigo quitársela.
– Lo sé, porque el viento me lo ha dicho, y en realidad te estaba esperando. En tanto venías, estuve pensando en una solución para devolverle la alegría a Pitufa, y no te preocupes, tengo un plan.
-¡Qué bien!, Reina, porque yo no me veía capaz de ayudarla, y la tristeza me embarga a mi también. Y si yo estoy triste ¿cómo puedo devolverle la alegría a Pitufa?-respondió el Hada Alegría- con un suspiro de alivio.
-El problema de la tristeza de Pitufa es por el cambio que se está operando en ella. La has conocido como una niña educada, obediente, estudiosa y que disfrutaba de cada detalle de la vida -explicó el Hada Reina- con ternura. Y ahora- prosiguió-, Pitufa se está haciendo madura como mujer, y está descubriendo que la vida entre los humanos también existen penas y desengaños. Y la falta de respuestas a las preguntas que rondan en su cabeza, la han hecho caer en la tristeza.
-Entonces, Reina ¿Qué puedo hacer? ¿Qué solución hay? ¿Cómo puedo ayudarla?-preguntó el Hada Alegría dejando entrever su preocupación.
– La única solución, es que alguien le responda sus preguntas, y que la luz entre de nuevo en su cabeza y su corazón. Solo así, con respuestas a sus preguntas, volverá la alegría a su hermosa cara, y también a la tuya, su hada madrina-dijo el Hada Reina-, mientras envolvía con una mirada cargada de ternura, y acariciaba el cabello al Hada Alegría que ya empezaba a sonreír. Pero para cumplir tu cometido, has de correr un gran riesgo entre los humanos.
-¿Y qué es? ¿Qué debo de hacer?-preguntó desconcertada el Hada Alegría, mientras se aferraba a las manos del Hada Reina buscando protección y fuerzas.
-Ya sabes que hace muchos años, hemos dejado de ser visibles a los humanos, ya que su perversión, ambición y ansia de poder, hizo que fuéramos perseguidas para descubrir nuestros secretos, porque pensaban que vivíamos entre riquezas. Fue inútil del todo, el tratar de explicarles -prosiguió el hada Reina con la voz entrecortada por la emoción- ,que nuestras riquezas no son como las de los humanos. Ellos buscaban oro, piedras preciosas, castillos y bosques encantados, varitas mágicas que les hicieran poderosos. Y en esa búsqueda casi nos exterminan para siempre.

Así fue como tomamos la determinación de desaparecer de sus ojos y de su alcance ,y los abandonamos a su suerte. Con el paso del tiempo, se olvidaron de nosotras y pasamos a ser tan solo unos personajes de cuentos para niños, que al crecer y hacerse mayores dejaban de creer en nosotras. Por ese motivo, volvimos a ejercer de hadas madrinas de algunos humanos buenos, como Pitufa, aunque desde la invisibilidad.
Por eso, el sacrificio que has de hacer es muy peligroso y arriesgado, ya que para ayudar a Pitufa te has de hacer visible a sus ojos. Pero tan solo durante una hora. Ese es el tiempo del que dispondrás para hacer que la sonrisa vuelva a su cara. Si no lo consigues, Pitufa pasará a pertenecer al grupo de humanos que viven en la tristeza perenne. Y tú ,tendrás que dejar de ejercer como su hada madrina, y volverás aquí con tus hermanas a reír y cantar bellas melodías. ¿Estás dispuesta, Hada Alegría?
– Sí, contestó el hada Alegría. Estoy dispuesta porque Pitufa se merece volver a reír.
-Pues ponte en camino y vete hacia ella. A las once de la noche, Pitufa estará sola en su habitación acostada y preparada para dormir sumida en la tristeza como estos últimos días. Has de aprovechar ese momento para hacerte ver sin que se asuste, y hacerle ver que la tristeza es un camino que cada vez se hace más pesado y duro, hasta tal punto, que en ocasiones es un camino sin retorno.
Recuerda que tienes hasta las doce. Cuando suenen las campanas del reloj de cuco que tienen sus padres en el salón, te volverás invisible y según el resultado conseguido, o bien te vuelves aquí donde viven las hadas que han dejado de amadrinar a los humanos, o continúas siendo su hada madrina como hasta ahora.
El hada Alegría se alejó de sus hermanas que la despidieron con cánticos deseándole suerte, y cruzó el bosque volando en busca de Pitufa. Cuando llegó, Pitufa estaba en su cuarto sentada en la cama a pesar de que aún era temprano, y con el rostro muy triste.
Aún faltaban casi dos horas para las once, y el hada Alegría estaba preocupada porque Pitufa aún no había cenado y sus padres la estaban llamando para que bajara al salón.
-No tengo hambre- contestó Pitufa con un hilo de voz. Un ruido por la escalera, dejaba adivinar que su madre subía a buscarla para hacerla bajar a tomar algo y que no se acostara con el estómago vacío.
-Vamos Pitufa-le dijo su madre con cariño y con un rostro que demostraba preocupación-. Debes de tomar algo ligero. No puedes acostarte con el estómago vacío porque puedes enfermar, después de varios días en que no comes casi nada.
-Está bien mamá- ya bajo y me tomaré un poco de sopa.
Pitufa se lavó la cara y se puso una chaqueta finita, después de haberse peinado con delicadeza y sin prisa. Se miraba los cabellos brillantes que se iban apagando poco a poco por culpa de la tristeza que deja tantas huellas, y se encaminó hacia la puerta de su habitación cerrándola tras de sí.
El Hada Alegría salió volando tras de ella amparada en su invisibilidad, no sin antes echar un vistazo al reloj despertador que estaba en la mesilla de noche y que sus manecillas marcaban casi las once.
Pitufa se sentó ante un plato de esa sopa que siempre había sido su preferida, pero que ahora le costaba tanto trabajo tomar. Revolviéndola con la cuchara para intentar enfriarla, el tiempo pasaba y el Hada Alegría se iba poniendo nerviosa. Tan solo disponía de una hora, y de una única posibilidad para ayudar a Pitufa.
Con una lentitud producto de la desgana, Pitufa iba tomando cucharadas de sopa, mientras el tiempo pasaba volando y los nervios del Hada Alegría eran tan grandes, que no podía parar de dar vueltas volando por el salón. Los nervios empezaron a convertirse en preocupación, cuando Pitufa se levantó de la mesa y en vez de dirigirse a su habitación como era su costumbre, se dirigió al sofá y apoyando su cabeza en un cojín, se estiró y se echó la mantita de lana por encima.
¡Vamos, vamos, Pitufa! Sube a tu habitación por favor -gritaba el hada Alegría- a pesar de que sabía que no podía ser oída, cuando las campanadas del reloj de cuco del salón dieron las once de la noche. A partir de este instante, el hada Alegría podía hacerse visible a los ojos de Pitufa, pero sus padres estaban delante y eso se lo impedía.
El Hada Alegría se deseperó, cuando Pitufa se quedó dormida en el sofá a las once y diez, a tan solo cincuenta minutos de la finalización del plazo. El hada alegría ya ni volaba, y la desesperanza y el fracaso empezaba a hacer mella en ella, cuando iban a cumplirse las once y media de la noche, instante en que la madre de Pitufa se levantó de la mesa y con gesto cariñoso movió levemente el hombro de Pitufa, para despertarla y se fuera a acostar en su cama.
Ese pequeño gesto valió para que Pitufa se desperezara, se pusiera en pie, y se dirigiera hacia la escalera de acceso a su habitación. El Hada Alegría salió volando y se anticipo a la llegada a la habitación. Quedaba media hora para el cumplimiento del plazo, y aún quedaba lo peor: que Pitufa no se asustara al verla, que sería lo más probable, y saliera corriendo, lo que significaría el fracaso y la vuelta al castillo de las hadas, y la tristeza acompañaría a Pitufa para siempre.
Pitufa aún adormilada, se dejó caer en la cama, y sin abrir los ojos, se tapó con el edredón y continuó con su sueño, mientras que el Hada Alegría se dejó ver. Lo malo, era que Pitufa se había dormido de nuevo y no la veía. Así que no tuvo más remedio que imitar a la madre y moverla por el hombro para despertarla, algo que consiguió.
Pitufa abrió los ojos, y vio ante si a una hermosa hada envuelta en la luz que despedía su brillante vestido y su cabello rubio. Estaba posada a los pies de la cama sin tocarla y batiendo muy suavemente sus alas, mientras le sonreía muy dulcemente. La varita que sostenía su mano derecha, tenía una estrella que cambiaba de colores a cada cual más brillante..

-No temas Pitufa. Soy el Hada Alegría, tú hada madrina, que te ha acompañado desde que has venido el mundo y que ha tratado de darte alegría y sonrisas durante todo el tiempo. ¿Dime? ¿Por qué estás triste Pitufa?
-Pitufa no podía abrir la boca. No tenía miedo ya que soñar con hadas es un bonito sueño. Porque estaba claro que era un sueño, pensó Pitufa-, ya que las hadas solo existen en la imaginación. Así que se relajó ¡Hacía tanto tiempo que no tenía sueños bonitos!
– Hada Alegría, estoy triste porque después de una vida rodeada y protegida por mi familia y con una niñez llena de felicidad, ahora al crecer y hacerme mayor las penas me golpean. Y el darme cuenta de que la vida también se compone de sacrificios y sufrimiento, me llena el corazón de pena y miedos.
-Cierto es que la vida de los humanos tiene un poco de todo -empezó a explicar el hada con una voz tan suave que acariciaba-, pero la clave está en buscar el equilibrio. A veces, vuestros padres se vuelcan tanto con vosotros, son tan proteccionistas, que os hacen creer que el mundo es de color de rosa y tan solo existe el amor y el cariño. Luego, cuando crecéis, llega el momento de salir a la realidad y se produce el duro encuentro con la verdadera naturaleza humana. Y en algunas personas sensibles como tú, Pitufa, es causa de desánimo y tristeza.
-A veces -continuó el hada mirando de reojo el reloj porque el tiempo apremiaba-, hay que hacer sacrificios para alcanzar otras metas. Todo no se puede tener. Sería maravilloso, pero es muy difícil. Por eso, cuando personas que te quieren están dispuestas a sacrificarse por ti, puede ser doloroso al principio, pero según vaya pasando el tiempo verás todo con otros ojos y te darás cuenta que se han abierto puertas en tu vida, gracias a que otras se han cerrado.
-¿Pero por qué no puedo ser feliz con lo que tengo? -preguntó Pitufa con voz triste. Porque en ocasiones- le susurró con cariño el hada-, tomas algo en tu vida que a ti te da alegría y felicidad, pero en tu entorno, en tu familia no lo ven de la misma manera y tu alegría les causa tristeza. Y cuando prescindes de ello, ellos se alegran, pero te causa tristeza a ti. En una elección triste y dura, pero al cerrar una puerta se corre el cerrojo de otras muchas que te harán olvidar la pena, dejando en ti solamente los momentos alegres y felices. Esos serán siempre tuyos y te acompañarán eternamente, porque se incrustan en el alma.
Aún eres joven y alegre -prosiguió el hada-, y eso te dará alegría y fuerzas para enfrentarte a los reveses de la vida y a disfrutar con todo lo bueno que te espera. Así que aparta de ti todo lo negativo, y lánzate al mundo con la mente abierta dispuesta a disfrutar de todo lo bueno que la vida te ofrece, que no es sino el antídoto contra los momentos menos buenos.
Ahora duerme Pitufa y descansa, que mañana es otro día que has de acometer con fuerzas y alegría renovadas que yo te transmitiré cuando te abrace, aunque tú no me sientas. Nunca estarás sola, porque revolotearé en todo momento junto a ti y te abrazaré cuando lo necesites. Reiremos juntas e incluso nos entristeceremos juntas, pero recuerda que nunca estarás sola. No me iré al Castillo de las Hadas, sino que permaneceré siempre a tu lado, a veces, haciéndote trastadas de esas que te hacen pensar que eres un desastre y una descuidada.
Comenzaron las campanadas de las doce, cuando las últimas palabras salían de la boca del hada. Esta miró dulcemente a Pitufa, y observó que en su sueño le afloraban unas lágrimas por sus ojos cerrados que le rodaban por las mejillas. Pero esto no hizo preocupar al Hada Alegría, porque en la cara de Pitufa se reflejaba una sonrisa que iba a desalojar para siempre jamás su pena.
Y justo en el momento que las manecillas del reloj dieron las doce, el Hada Alegría se volvió de nuevo invisible a los ojos de los humanos. Momento este que aprovechó, para recostarse al lado de Pitufa y arroparla con sus alas, feliz porque siempre sería el hada madrina que la acompañaría durante el resto de su vida.

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