En Hormitrópolis, cada mediodía, siempre estaba paseando por la plaza el Señor Hormiga Azul.
Cuando los vendedores de grano, frutos secos y terrones de azúcar, dejaban la plaza, él se dedicaba a disfrutar del sol, calentando sus patitas cuando los chicos hormiga no habían salido del instituto.

Muchas hormiguitas temían al Señor Hormiga Azul, porque era muy antipático y sólo le importaba el tiempo y el dinero.
Si alguien quería pedirle ayuda, ¡siempre tenía algo que hacer y corría!
Y si alguna hormiguita que no tenía azúcar le pedía un terrón ¡él se iba cabreado y no le hacía caso!
El profesor hormiguita, que ya estaba jubilado, lo observaba cada día desde la ventana, mirando por encima de sus antiguas gafas, cuando tomaba su té con galletas de cereales y leía su libro favorito de las historias y pensamientos de Barbudo.
Un día, se dijo: ¡Hay que darle un escarmiento! Y así fue… ya que planificó esconder uno de los mayores tesoros del Señor Hormiga Azul. ¡Dos cargamentos de terrones de azúcar y un cofre de monedas de oro!
Para ello, habló con los soldados, quienes apoyaron la idea.
¡Cuántas veces habían visto a las hormiguitas de la tribu naranja llorar porque el Señor Hormiga Azul no quería ayudarles a llevar alimento a las islas!
Así que cuando anocheció, se asomaron a la ventana de la enorme casa del Señor Hormiga Azul pudiendo comprobar que estaba con su antifaz de dormir. ¡Y roncando!
Entre los soldados, un Ciar curioso y asustado se había colado… junto con Ori y Ohm que se estaban riendo tras los muros de la casa, escondidos, al ver como el casco de soldado le quedaba grande.
El profesor escuchó esas risas y ¡por supuesto pidió silencio!
-Shhh… no os riais compañeros… esto es una misión muy delicada. ¡Cuando el Señor Hormiga Azul se dé cuenta de que su tesoro ha desaparecido ¡nunca más tendrá una mala cara para las hormiguitas de nuestro pueblo!
Los soldados se miraron unos entre otros, para comprobar quien se había reído llamando a la disciplina. Mientras Ciar disimulaba, colocándose al fondo de la fila.
Haciendo un trabajo perfectamente ordenado, todas las hormiguitas fueron cargando uno tras otro cada terrón, ayudándose en cadena, para así terminar más rápido.
El soldado jefe era muy listo, así que con su furgoneta-pala, retiró los cargamentos de terrones, del granero del Señor Hormiga Azul. El profesor, ayudó a hacerle cargar el cofre, uno de los grandes tesoros.

Cuando el Señor Hormiga Azul, se despertó no pudo dejar de sentirse triste y desolado. ¿Qué haría ahora sin su cofre? ¿Si su azúcar? Vagó sintiéndose pequeñito por la plaza, mirando a cada hormiga, 3 días y 3 noches, hasta que se desmayó quedándose dormido en la fuente de la plaza.
Los niños hormiga por la mañana al levantarse para ir a la escuela, los salpicaron de agua y entonces comenzó a mover las antenas.
Dicen que con el disgusto, dejó de hablar 2 semanas enteras…
Las ancianas hormiga cuidaron del Señor Hormiga Azul hasta que él volvió en sí y comprendió, viéndolas con su cálido amor y ayuda que es mucho mejor cultivar la amistad y formar parte del pueblo ¡que sus terrones de azúcar y monedas!
Varios días después, aparecieron los cargamentos de terrones de azúcar y el cofre en el granero del Señor Hormiga Azul ¡y ahora siempre los comparte cuando se necesita!
El tesoro del Señor Hormiga Azul
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