Cuento- La expedición Rosquilla y el mercadillo.- Parte 3.

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Como habían planeado, el anciano hormiga y Ciar comenzaron a buscar los ingredientes secretos para realizar las magdalenas. No era fácil porque se necesitaba un tiempo para recolectar todo.

Por supuesto en Hormitrópolis había algo de grano recolectado y esto les valdría para hacer la harina.

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El sabio anciano le enseño a Ciar que la harina se obtenía moliendo el grano. ¡Qué fácil pero que paciencia había que tener para no cansarse! Cuando pudieron moler una taza de harina, la echaron en un saco de tela y fueron a buscar las frutas rojas y los terrones de azúcar.

El anciano hormiga, sabía que había una planta de fresas cerca así que silbando llamó a su amiga la paloma, quien los llevó a donde estaban las fresas caídas en la tierra, de los humanos, un campo muy verde, donde había moras, frambuesas y tomates.

Tomaron una grande, ¡ya era suficiente!

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La leche tampoco era fácil obtenerla, así que la paloma los guio hasta las cuadras de las vacas de los humanos, para poder tomar un poco en un frasquito de cristal que el anciano hormiga llevó de su casa.

Sin pensarlo y ante la atónita mirada de Ciar, el anciano hormiga saltó hasta la ubre de la vaca, poniendo el tarrito debajo, apretando lo suficiente para que echara un poquito de leche en el tarro. Ya tenían todos sus ingredientes: la leche, la harina, las frutas rojas…

Así que emprendieron el vuelo para volver a su hermosa Hormitrópolis, con su amiga era fácil, ¡no tendrían que andar durante horas! 

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Ya en la casa del anciano hormiga, y tras haberle dado un poco de leche a la paloma como recompensa, el anciano colocó los ingredientes encima de la mesa y los ordenó.

-Esto es muy fácil, tienes que mezclar la harina con la leche, así… echar un poco de la fresa machacada ¿ves? Y un poco de terrón de azúcar molido-explicaba mientras Ciar no dejaba de mirarlo.-Ahora es hora de echar esto.-quitó una bolsa con una especie de granillo parecido a la harina-y lo mezclamos también, sólo un poquito.

-¿Qué es eso?-preguntó Ciar curioso.

-Es un saco con una harina mágica de hornear que me trajo mi padre cuando era joven como tú, de sus misiones.

-¿Es lo que usan los humanos?

-Sí.

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Mientras en la casa del silbido, Cari, Ori y Ohm se preguntaban extrañados que estaría haciendo Ciar.

-Seguro que se ha inventado algo para no ir a clase. “ Gafas de cristal” se va a cabrear mucho”-comentó Ori

-Dejémoslo ahí-estaba columpiándose en una enredadera Cari-seguro volverá al final de la tarde. ¡Vamos a comprar caramelos!-se fue bailando mientras salía del sendero que los separaba de los caminos centrales de Hormitrópolis.

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Mientras en la casa del silbido, Cari, Ori y Ohm se preguntaban extrañados que estaría haciendo Ciar.

-Seguro que se ha inventado algo para no ir a clase. “ Gafas de cristal” se va a cabrear mucho”-comentó Ori

-Dejémoslo ahí -estaba columpiándose en una enredadera Cari-,seguro volverá al final de la tarde. ¡Vamos a comprar caramelos!-se fue bailando mientras salía del sendero que los separaba de los caminos centrales de Hormitrópolis.

Ciar, mientras tanto, seguía entusiasmado viendo como el anciano hacía esa pasta para la magdalena, poniéndola en moldes de papel, ¡como los de los humanos! Y usando el horno de casa, encendiéndolo con la madera y el fuego que tenía.

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-¿En serio se hace así?

-Sí, te lo prometo, mi padre me lo enseño.-el anciano hormiga seguía moliendo un poco de terrón de azúcar y mezclándolo con un poco de puré de fresa. Cuando las magdalenas estuvieron cocinadas, el anciano echó un poco de puré de fresa azucarado encima de cada una de ellas.

Le preparó una cesta, ¡habían salido un montón de magdalenas! Y le dijo seriamente.

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-Llévatelas y compártelas con quien más quieras, pero nunca reveles que yo las hice ni que te di la receta. ¿Comprendiste?

-Sí señor. Muchas gracias.

Ciar salió corriendo hacia la casa del silbido con la cesta mientras su amigos lo vieron llegar.

-¡¡¡Ciar!!!-levantó los brazos Cari mientras lo llamaba al verlo por el sendero secreto.

-¿Qué traes ahí?-se quedó mirando para la cesta Ohm

-No puedo decirlo.

-Vamos Ciar… ahora ¿nos vas a ocultar todo?-le contestó Ohm

-¡Seguro que son caramelos!-dijo divertida Cari.

Y tiró del pañuelo de cuadros que había puesto encima el anciano, contemplando las magdalenas recién hechas con la crema de fresa.

-Son ¿magdalenas? ¿Dónde las has conseguido de nuestro tamaño?

-Las encontré

-¿En dónde?-dijeron todos a la vez en una única voz

-En la casa de los humanos

-¡Pero si son muy pequeñas!

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-La tenía la humana más pequeña en sus juguetes

-Seguro que son de plástico-dijo Ohm retando a Ciar.

-No. Se comen.-dijo quitando una y comiéndosela en dos bocados.

-¡¡Ohh!! ¡¡Yo quiero, yo quiero!!-dijeron yendo todos hacia una magdalena y compartiéndola dándole un bocado cada uno.

-No logro entender… estas saben diferente a las de la gran miga. ¿Nos estás engañando Ciar?-se dio cuenta Cari.

-No. No. Voy a dejarlas dentro de la cabaña y ¡ni se os ocurra tocarlas!

Ciar dejo la cesta en la cabaña sin saber que pronto habría un cambio radical en la historia… quizás él aguantaría el secreto, ¿pero serían capaces sus amigos?

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Esa tarde se despidieron y fueron a casa en el patinete que tanto le asustaba a Ciar, ¡siempre iba muy rápido!

Pero por la noche, Ori no podía dormir. ¡Eran magdalenas! ¡Y de pequeño tamaño! ¡Las hormigas de Hormitrópolis se volverían locas!

Así que tomó uno de sus patinetes y fue de manera silenciosa hasta la casa del silbido, entró y cogió la cesta. Pensando en que montaría un mercadillo al mediodía para venderlas.

¿Se enterará Ciar? ¿Hará Ori un plan para que Ciar no sepa lo que va hacer?

CONTINUARÁ…

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